domingo, 16 de enero de 2011

Campismo em Portugal



Comentaba el otro día con una amiga la diferencia entre pernoctar en un hotel y en un cámping. Acabé resumiéndole mi experiencia durante el pasado verano. Hasta entonces, nunca había tenido la posibilidad de pasar una sóla noche de mi vida dentro de una tienda de campaña. Y a pesar de mi sibaritismo y de una cierta aversión a los insectos, la experiencia fue de lo más diverrtida, hasta el punto de que no me importaría repetirla, entre otras cosas porque la economía no se resintió de forma alarmente.

Dado que la situación económica no se presentaba especialmente bollante a principios del verano, Juanma, Cuca y yo decidimos organizar un viaje por Portugal de aproximadamente una semana de duración. La idea era estar tres noches en Lisboa y posteriormente ir bajando por la costa hacia el Algarve para, desde allí, regresar a Sevilla., Mi coche sería el vehículo de transporte. Ni aviones, ni trenes, ni compañías de autobuses. El planteamiento del viaje era ir a la aventura, puesto que no contactamos con ninguno de los campings, entre otras cosas porque no sabíamos dónde ibamos a quedarnos, y todo dependería de la improvisación y de las circunstancias del momento.

Con estas premisas partimos de una Sevilla inmersa en la enésima ola de calor una mañana del mes de Agosto hacia Lisboa, no sin antes parar en algunas bellas localidades del Alentejo, como Estremoz o Évora. Pudimos conseguir plaza en el camping lisboeta a pesar de llegar a la caída de la tarde. Tres días después, dormíamos en Vila-Nova de Milfontes La noche siguiente, en Carvahal (junto a Zambujeira do Mar). La de después, en Sagres. Y la última, en la Isla de Armona, donde un error de cálculo nos obligó a hacer acampada libre en la playa tras descubrir que no existían campings en la isla y que el último barco del día hacia Olhao había zarpado ya.

Una semana de montar y desmontar la tienda, de inflar y desinflar los colchones hinchables, de conocer y desconocer a tus vecinos. Una semana de duchas compartidas, de comidas cocinadas con la ayuda del camping-gas. Una semana de botellines de cerveza Sagres, de porros a la luz de la luna. Y todo esto, con la mejor compañía. Una semana con risas, con momentos de cansancio pero con otros de total relajación, con alguna discusión pero con mejores reconciliaciones. Unos días inolvidables junto a un coche naranja y con el cielo como único cobijo.

Para siempre en nuestro recuerdo...
 
 
 

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