jueves, 23 de diciembre de 2010

El Niño-Cometa vuela entre soles emoticones


Hace no demasiados años, en una entrañable aldea castellana, una maestra de lengua mandó realizar una redacción a los niños sobre aquello que les gustaría ser. Conradito volvió a casa ilusionado y le contó a su madre que aquella tarde no le molestara, pues lo que más deseaba era hacer aquella redacción. Así que comió rápidamente un plato de lentejas de esos tan ricos que sólo su madre preparaba. Se encerró en su habitación y miró extasiado por la ventana. Por los tejados de las casas correteaban gatos. Y entonces, mientras mordía su lápiz, pensó que le gustaría ser gato, para así subir a lo alto de casas y chimeneas, comer el pescado de las vecinas y tener siete vidas. A continuación pudo escuchar cómo ladraban unos perros abajo en la calle. Y entonces, mientras mordía el lápiz, pensó que le gustaría ser perro, para así corretear a sus anchas por entre las callejuelas del pueblo, comer los huesos de las vecinas y ser el mejor amigo del hombre. Luego más tarde escuchó como el reloj de la torre marcaba las seis de la tarde. Comprobó cuán rápido había pasado el tiempo divagando entre ensoñaciones. Miró su cuaderno y vio que aún estaba vacío. Volvió a mirar por la ventana y observó cómo una cigüeña sobrevolaba el pueblo e inmediatamente después se posaba en lo más alto del campanario de la iglesia. Y pensó que le gustaría ser cigüeña. Cogió su lápiz y empezó a escribir. Pero el lápiz no respondía a sus impulsos sino que iba cobrando vida propia. Por más que lo sujetaba con fuerza, el lápiz hacía su propia redacción, y Conradito terminó cediendo al inexorable destino que le esperaba, y todo lo que escribió se hizo realidad antes del anochecer. Nada más poner el punto y final, se asomó a la ventana. Puso sus pies sobre el alféizar y se lanzó al vacío y notó que cada vez pesaba menos y que todo su cuerpo se convertía en una estrecha tela de forma romboidal, y lo que antes eran extremidades ahora sólo se reducían a una fina cuerda azotada por el viento una y otra vez. Voló muy alto y subió allá donde las nubes no se miran desde arriba sino desde abajo, y vio cómo no había un sol, sino cientos, y que le sonreían cantando una bonita canción. Desde entonces, Conradito es el niño-cometa que vuela entre soles-emoticones.

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