jueves, 23 de diciembre de 2010

Madame de un burdel rococó


Aquí tenemos a Serénida, auténtica madame de un burdel rococó del centro de Madrid. Cuando era pequeña sus compañeras del colegio se reían de ella porque tenía la cara alargada y los labios carnosos. Serénida (que entonces aún se llamaba Sagrario), les respondía sacando la lengua de la forma más obscena y soez posible, provocando aún más risas en la chavalería pero irritando al mismo tiempo a las religiosas que regentaban el colegio interno donde nuestra amiga estudiaba cada día a ser "una señorita educada". Los castigos que recibía por parte de la Madre Superiora solían ser siempre los mismos: Bordar en un tapete el rostro de Jescucristo en la sábana santa o quedar arrodillada durante un día entero en frente de la estatua de la fundadora de la Orden. Ni que decir tiene que este último castigo le vendría muy bien para entrenarse en el oficio que desempeñaría de mayor.

Al salir del colegio, Serénida decidió enfrentarse al mundo laboral, pero lo primero que hizo fue dirigirse a la calle Montera. Le gustaba ser puta, sin más. Además, lo había escuchado tantas veces de sus compañeras de colegio que finalmente terminó creyéndoselo. En menos de un mes tenía una clientela fija y había desbancado a las más afamadas meretrices de la citada calle madrileña.

Con el boom económico de finales de los '60, Serénida decidió invertir sus ahorros en una casa de varias habitaciones en el mismo centro de Madrid, con objeto de instalar allí su propia casa de citas. El negocio fue viento en popa, pues el año antes que muriera Franco, su puticlub salía como visita obligada en los folletos de viajes de media Europa. No es de extrañar, pues había chicas de todas las nacionalidades, medidas y pelajes. Cleopatra, Daisy, Aladina, Stefanella, Bella Donna... todas vivían allí, eran buenas amigas y se comían la morcilla y el chorizo juntas sobre una mesa de camilla cuando el servicio había terminado.

El tiempo pasó y aunque Serénida sigue siendo la madame de este burdel, el trabajo ya no es lo que era. Hayn mucha competencia, demasiada quizás. Trabaja muy poco y no es tan deseada como antaño. Cada día debe sobrevivir, pero sigue conservando el charme que forjó entre el barrio de Lavapiés y la calle de la Montera.

Dedicado con cariño a las putas de este país de puteros. A ver cuando las legalizan de una puta vez!
 
 

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