viernes, 24 de diciembre de 2010

La Corá y la Virgen de los Dolores


Aunque estemos en julio, nunca está de más una procesión, sobre todo sin ella participa, de forma más o menos activa, un personaje como el que os voy a presentar a continuación.

Cada Viernes de Dolores sale en el pueblo de mis padres la virgen del mismo nombre, con las características técnicas que pueden ver en imagen: Toda en colores oscuros, con las manos cerradas mientras sostiene el rosario, y sobre unas minúsculas parihuelas de madera portadas únicamente por mujeres, que la bajan desde la parte alta del pueblo, en donde tiene una pequeña ermita. Mientras más torcida vaya la virgen, más genuina será la procesión.

Al principio de la calle empinada que conduce al minisantuario de tan devota imagen, vivía una señora extraña y estrambótica que llamaban "La Corá", o "La Coral". Su casa tenía un zócalo verde esperanza, era minúscula, pero estaba situada frente a una pequeña explanada repleta hasta los topes de macetas y plantas de gran tamaño que daban alegría a toda la calle. Siempre me sorprendió desde pequeño esa improvisada selva naïf. Porque naïf era ella. Supongo que una artista innata incomprendida que no tuvo la suerte jamás de salir de esas cuatro paredes que era su pueblo, cerrado a cal y canto para ella, una mujer que malvivía solitaria rodeada de gatos y de geranios. La gente se reía de ella sin ningún tipo de tapujos. Al pasar la Virgen por la puerta de su casa, aceleraba su paso para acercarse más a la imagen, levantaba los brazos y cantaba emocionada una saeta. No recuerdo ni una sóla vez en la que la gente callara y mostrara un poco de respeto por aquella mujer. Siempre se oía una voz que con sarcasmo comentaba ese momento. La Corá era la rara. La loca del pueblo. Y puede que así lo sea. De hecho, ya no vive allí. En la fachada de su casa ya no hay verdes esperanzas ni geranios en flor, sólo un vacío imposible de llenar. Ella terminó prematuramente en una residencia de ancianos una vez se dieron cuenta los de Asuntos Sociales que aquella mujer no podía vivir sola en su estado mental. Triste final, supongo que, al menos, aderezado de coplas y saetas

Nuevo homenaje a los locos, y ya van varios. ¡No olvidarse: Habemos un montón!

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