jueves, 23 de diciembre de 2010

Nacho vomitando por la ventana


Hace ya algunas primaveras, Nacho salió a dar una vuelta por ahí con sus amigas de la facultad de Ciencias de la Información, y parece ser que bebieron bastante durante el botellón, pues al llegar a casa protagonizó una genial anécdota de fuerte calado escatológico.

Durante los primeros años de carrera, Nacho, que era de Huelva, se alojó en una de las habitaciones de un piso que tenía su tía Rocío junto a una amiga de toda la vida, Ceballo, y el perrito caniche cuyo nombre de pila era nada más y nada menos que Clinton. Muy Patty y Selma todo, sí. Su libertad de movimientos no era total, de forma que al llegar de fiesta tenía que guardar las formas.

Como antes decía, aquella noche llegó Nacho más afectado de la cuenta, y la cama le daba vueltas. Por la mañana, Rocío y Ceballo tenían previsto irse a la casita que tenían compartida en la onubense playa de Matalascañas, pero Nacho tenía unos retortijones en el estómago que le hacían casi imposible la espera para poder ir al cuarto de baño y vomitar. Como no quería despertar a su tía, ni tampoco que descubriera su estado, tomó una decisión de lo más peregrina: Se aproximó a la ventana, que a pesar de ser un 9º piso tenía rejas, abrió la boca todo lo que pudo y empezó a liberar todo lo que su estómago pudo, de forma que los vómitos salieron expulsados hacia la calle, directamente. Tras realizar esta acción, Nacho se acostó y pudo dormir algo mejor. Cuando ya era más tarde, pudo escuchar el portazo en la puerta que le indicaba que su tía y la amiga se habían marchado a pasar el finde a la playa. Pero muy poco tiempo después empezó a escuchar gritos desaforados que procedían de la planta de abajo y penetraban por la ventana de su habitación. Era la vecina, que gritaba escandalizada al observar todas sus bragas manchadas de vómitos, y comprobar con estupor que las huellas de tan jugoso néctar procedían del alféizar de la ventana de nuestro amigo. "¡Qué asco, mi ropaaaaaaa!", gritaba. En menos de un minuto estaba llamando a la puerta enérgicamente. Nacho, en su estado resacoso, había tomado conciencia de la situación, y ni que decir tiene que no se atrevió a abrir la puerta. Ni siquiera respiraba, de pura vergüenza. La vecina fue insistente y perseverante, pero también Nacho, que no movía un músculo para no levantar más sospechas aún. Finalmente, y a poco de quemar el timbre de la puerta, desistió, y Nacho pudo relajarse un poquito más. Todo esto le sirvió para contarnos esta anécdota, que es recordada siempre como uno de los momentos cumbres de las vomitonas más espectaculares.

Ande andará Nacho ahora?
 

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