jueves, 23 de diciembre de 2010

Mi vecino del 5º


A todos les sonará la popular vecina del 5º. ¿Quién no ha escucahdo alguna vez surrealistas historias sobre una vecina, que generalmente siempre residir en la quinta planta? En Roquetas yo no tengo vecina, sino vecino del quinto. Os cuento cómo lo conocí:

Estaba, allá por Enero de este año, pasando la tarde en casa con Arturo, y se nos antojó fumarnos un porro. Yo le dije que en el bloque había muchos moros y que organizaban improvisadas reuniones en el portal. Así que nos asomamos por la ventana y allí que vimos a un buen manojo de ellos. Bajamos y resultó que uno de ellos nos vendió hachís. Mi vecino del quinto. Desde entonces me saluda ("Ey, González", me dice), y puede decirse que es el único contacto social que tengo en mi edificio. A veces pasa por casa a echarse una cerveza, sobre todo cuando se pelea con su novia (una rusa de lo más insípido y antipático; es entonces cuando tomo conciencia de que nos parecemos más a los marroquíes que a los europeos del norte y el este).

La razón de que lo traiga hoy al fotolog no es otra que la visita que me hizo el otro día, absolutamente extraña y atemporal. Cuando llego de trabajar, y una vez he comido, suelo tumbarme en el sofá para dormir una siestecilla al compás del soniquete del "Tomate" (no hay nada mejor para dormir; ni los documentales de La 2 ni leches, Jorge Javier Vázquez es el mejor somnífero). El caso es que, estando yo sumido en un placentero sueño, tocaron a la puerta, y, tras incorporarme observé por la mirilla que se trataba de mi vecino marroquí. Le abrí la puerta y aprecié que el verano había llegado claramente a su indumentaria, pues llevaba una camiseta de tirantas apretada y unos pantalones vaqueros grises más apretados si cabe. Preparé un café mientras estaba allí echando un rato y comprobé que, si bien el verano había llegado a su indumentaria, la primavera se había apoderado de mí, pues tenía las hormonas revolucionadas, más aún en ese momento postrero al sesteo (pa entedernos: Estaba cachondo). El vecino del quinto ayudaba a mi cachondez cuando intermitentemente tocábase su paquete para colocarse bien todos los accesorios que suelen situarse entre la pierna izquierda y la pierna derecha. En la casa olía a café y yo estba allí, tomando conciencia de mi estado absolutamente animal. Al poco tiempo se volvió a marchar y me dejó allí solo comiéndome los mocos. Qué malos son los hombres.

P.D.- ¡Qué me gusta a mí un moro, joé!
 
 

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