Estamos a las puertas del día grande de la Semana Santa de Sevilla: La Madrugá. A partir de la próxima medianoche, las cofradías señoriales del Jueves Santo irán recogiéndose en sus templos para dar paso a la noche por excelencia, aquella en la que toda la gente está en la calle. La fiesta más profana que conozco, por más que sea religiosa. Hay un ambiente extraño y sobrenatural, algo que experimentas más aún si consigues vencer al sueño y llegas vivo a las primeras horas del alba. El cuerpo cansado y los sentidos en permanente estado de excitación. Eso es la Madrugá.
Esta noche los barrios de Triana y la Macarena conquistarán el casco antiguo de la ciudad, y con su derroche de espontaneidad y alegría les dirán a todos que la Semana Santa no es el devoto compungido que se enorgullece de su hermandad de centro. Porque la Semana Santa es el río humano que nos llega desde la Macarena. La vida en cada paso. Seres anónimos bajo antifaces con sus familiares muy cerca. El bocadillo de mortadela, el holor a churros en una mañanera Calle Relator, la señora mayor que llora mirando a su virgen y recuerda en un instante tantos años de vida a sus espaldas, la familia pobre que se pone sus mejores galas para ver al primo tocar con los "Armaos". La vecina del barrio que grita "¡Macarenaaa!" desde su balcón, el nerviosismo de una calle Parras a punto de reventar, levantando aplausos ante la aparición de cada insignia antes de que con la llegada de la imagen que da nombre al barrio se desborde la emoción. Madrugá polinganera. Sí señor. Hoy el espectáculo está más en los ojos de los que miran. Me quedo con esta madrugá de bocatas baratos, de calcetines blancos y de gentes que se aferran a una ilusión. Qué de intensidad se respira.
P.D.- Iba a comentar este dibujo en tono satírico, pero me parece tan auténtico y tan humano todo lo que sienten estas personas, que no puedo sino rendirme a su lección de sencillez y sinceridad.
Esta noche los barrios de Triana y la Macarena conquistarán el casco antiguo de la ciudad, y con su derroche de espontaneidad y alegría les dirán a todos que la Semana Santa no es el devoto compungido que se enorgullece de su hermandad de centro. Porque la Semana Santa es el río humano que nos llega desde la Macarena. La vida en cada paso. Seres anónimos bajo antifaces con sus familiares muy cerca. El bocadillo de mortadela, el holor a churros en una mañanera Calle Relator, la señora mayor que llora mirando a su virgen y recuerda en un instante tantos años de vida a sus espaldas, la familia pobre que se pone sus mejores galas para ver al primo tocar con los "Armaos". La vecina del barrio que grita "¡Macarenaaa!" desde su balcón, el nerviosismo de una calle Parras a punto de reventar, levantando aplausos ante la aparición de cada insignia antes de que con la llegada de la imagen que da nombre al barrio se desborde la emoción. Madrugá polinganera. Sí señor. Hoy el espectáculo está más en los ojos de los que miran. Me quedo con esta madrugá de bocatas baratos, de calcetines blancos y de gentes que se aferran a una ilusión. Qué de intensidad se respira.
P.D.- Iba a comentar este dibujo en tono satírico, pero me parece tan auténtico y tan humano todo lo que sienten estas personas, que no puedo sino rendirme a su lección de sencillez y sinceridad.
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