viernes, 24 de diciembre de 2010

Posturitas


Ahora sí que sí. Ahora sí que termina el verano. Se está encargando de recordárnoslo los restos del huracán Gordon, a pesar de que su fuerza ha sido menor de la prevista. El viento agita los árboles de la calle, el agua golpea contra el cristal de la ventana. Por la calle corren paraguas y cada 55 minutos suena la sirena del instituto. Todo va volviendo a la normalidad y en pocas horas tendré un nuevo destino en el que vivir. Sólo sé que no sé cuál es.

Aprovecho la borrasca para recordar una situación anticiclónica acaecida a principios de septiembre en una playa nudista de la Costa de la Luz. Nos encontrábamos Curro y yo paseando por la orilla atlántica cuando decidimos darnos un chapuzón. Al poco rato, un joven decidió hacer lo mismo, pero se fue aproximando lentamente pero sin pausa hacia el mismo lugar en el que nos encontrábamos, hasta tal punto que parecía estar con nosotros, y escuchaba atentamente la conversación mientras miraba de reojo. La corriente nos fue llevando a los tres hacia la orilla, pero ninguno salió del agua. El muchacho en cuestión parecía querer algo, y al poco tiempo salió del agua para tumbarse desnudo y bocabajo sobre la arena mojada de la orilla. Sin embargo, seguía mirando de vez en cuando moviendo su cabeza, hasta que decidió tumbarse mirando hacia nosotros, que abandonamos el lugar ante la ausencia de un acontecimiento verdaderamente relevante. Desde nuestras toallas observamos cómo el muchacho se iba con un amigo suyo en dirección contraria a la nuestra. Como yo ya estaba picado con la situación, dimos otro paseo, y al pasar a su altura y mirar tímidamente, saludó con la mano mientras sonreía. Yo sonreí igualmente, y a los pocos metros decidí escribir mi número de teléfono sobre la arena, por si acaso. Curro y yo regresamos a nuestras toallas y esperamos a que volvieran o algo, pero el sol se metía en el mar y no aparecía nadie, así que empezamos a recoger nuestras cosas. Sin embargo, cuando enfilábamos el camino que nos dirigía al coche vimos cómo el muchacho y su amigo venían detrás a cierta distancia. Cuando estábamos llegando al coche, nos adelantaron pero tanto él como yo agachamos la cabeza en un arrebato claramente infantil. Sin embargo, al arrancar mi coche me fijé si el de ellos (conducido por él) iría o no en la misma dirección que el mío. Resultó ser que sí, y fue detrás mío hasta que, al salir a la autovía, me adelantó, para inmediatamente después reducir su velocidad. Lo adelanté y al rato volvió a adelantarme él. Así estuvimos todo el rato, jugando, hasta que llegamos a Sevilla. En el primer semáforo que nos pilló en rojo, se puso a mi lado y me miró sonriente. Bajaron la ventana, y yo hice lo mismo, y le pregunté su nombre: "Sergio", me dijo. Poco más. El semáforo se puso en verde y nu hubo intercambio de teléfonos. En la siguiente bifurcación nuestros coches separaron sus caminos tras una despedida a golpe de claxon por ambas partes. No he vuelto a saber nada de él.

Aquí tienen ustedes un ejemplo de mi torpeza para ligar. Ni teniéndolo así de fácil me lanzo de lleno a la piscina. Así me va, jejeje. Por cierto, Sergio, si me leyeras, ya sabes, un toque o lo que sea. Por pedir que no quede...

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