Hace unos dos años, en los días previos a la semana santa y en parte de la misma, tuve la fortuna de conocer a un tío genial que hoy tengo ganas de recordar. Estaba yo en plena inmersión depresiva derivada del agobio de las oposiciones y de la por entonces creciente inseguridad en mí mismo, que hacía que mi comportamiento fuera torpe en general, y con los hombres en particular. Sin embargo, en mitad de esa pesadilla, pude disfrutar durante unos días de un sueño dulce que el tiempo se encargó de convertir en espejismo. Vicente era alegre y divertido. Puede que no fuera el hombre de mi vida, puede que no tuviera muchos estudios, pero hablaba de cualquier tema con una tremenda naturalidad y siempre con una sonrisa en la cara. Vestía informal y con mucho gusto, tenía el pelo alborotado y algo greñoso, un piercing bajo el labio y llevaba con gracia pero sin excesos, y sin complejos, la pluma. Nos conocimos un viernes de Dolores de hace dos años con la compañía de unas cervezas y unos porritos de maría. Terminamos haciendo el amor en un coche pequeño durante horas y horas. Pocas veces disfruté del sexo tanto como aquella noche de luna creciente, casi llena. Nos vimos dos ó tres días más en la semana siguiente y pude comprobar que la conexión era total. Sin embargo, cosas del destino, él decidió cortar con algo que claramente se iba dirigiendo al principio de una relación. El sueño duró una semana. La realidad volvió a hacer notar su cara más amarga muy poco tiempo después. Como de casualidades el mundo está lleno, en muy poco tiempo, Vicente partió en avión para irse a trabajar a Tenerife... allí donde se encontraba una de las personas más especiales que he conocido y conoceré jamás. Sea como fuere, un abrazo muy grande a Vicente si me lee por aquí, tuve la oportunidad de reencontrarme con él hace poco tiempo y, afortunadamente, mantiene intacta su "sonrrisa" (como él me llamaba). ¡Gracias por haberme hecho sentir tan especial esos días, V!
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