jueves, 23 de diciembre de 2010

Joven monja holandesa


La joven monja holandesa salió un buen día a cultivar en su huerta y dióse cuenta de que le gustaba mucho más el amarillo intenso de soles, tulipanes y girasolas que el gris marengo de sus sacros aposentos. Descubrió también que el rojo de las amapolas, y el del carmín de sus labios, era más embaucador que aquel granate que vestían los santos de la capilla. Así que cambió los hábitos oscuros por artilugios de colorines y empezó a predicar una nueva religión que consistía en ir por el campo y hacer el amor con todo aquel o aquella que se interpusiera en su camino. Desde entonces tiene carnosos labios y su piel desprende fuertes y aromáticas esencias que hacen desfallecer de placer al más incrédulo. Sean bienvenidos a esta nueva religión post-primaveral.

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