jueves, 23 de diciembre de 2010

Operació en Lleida


Hace unos años me operé de mis piececitos en Lleida. ¿Y por qué allí? Pues porque mi tío, que es traumatólogo desos, y opera y esas cosas, un buen día me vió los pies en el pueblo, en Badajoz, y me dijo: "Esto hay que operarlo". Lo mismo le dijo a mi madre. Así que una primavera nos fuimos mis padres y yo hacia el noreste peninsular con objeto de operarnos los pies. Antes del magno evento, fuimos a visitar el Románico del Valle de Boí (esos terrenos es mejor recorrerlos antes de ser operado, parece obvio pero todo hay que decirlo).

Llegó el día de la operación. Yo entré antes en el quirófano (me tenía que operar de cuatro dedos, y mi madre sólo de dos). Me tuvieron que inyectar doble de anestesia porque sentía algo aún. Como seguía nervioso y les daba patadas a los médicos, me dieron también un calmante que me hizo dormir plácidamente en el plazo de unos 25 segundos aproximadamente. Cuando abrí los ojos estaba en la sala del despertar y una agradable enfermera se dirigió a mí profieriendo palabros en catalán. Le tuve que decir que no sabía deso, claro. Al rato entró mi madre tumbada en otra camilla. La situación era claramente surrealista.

Cuando salíamos del hospital yo podía andar perfectamente, y recuerdo que estaba muy dichoso porque no me dolía absolutamente nada. Lo malo fue que al llegar a la casa de mi tío, mi madre se empezó a quejar, y poco después me tocó a mí. Los efectos de mi doble anestesia estaban pasando y pasé una noche interminable. ¡Qué malo me pongo cuando estoy malito!

Durante un mes aproximadamente tenía que ir a las curas oportunas. En una que tuve en Lleida recuerdo que mis gritos hicieron bajar a varias enfermeras de la planta superior. ¡Qué excesivo soy a veces! Aquí me ven con las horrorosas chanclas que me compró mi padre en un mercadillo catalán para que volviera a andar (me sentía como Clara en el último capítulo de "Heidi"!). Con esas chanclas, con los pies envueltos en vendas y recubiertos con unos gorros de quirófano, y con un bastón de cabrero, tuve ocasión de ir a la facultad una vez estuve ya en Sevilla, acompañado cómo no de amigos y amigas eternamente, pues como comprenderéis me daba vergüenza ir solo vestido de esta guisa. Ay, si es que uno no tiene remedio!

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