Alexander John. Todo un descubrimiento el que tuvimos en la playa hace dos años, una noche que decidimos dar una vuelta María, Isa, Cristina, Curro y yo por los pubs de moda de la zona. Allí vimos a Carlitos, conocido del pueblo, acompañado de un adolescente de 17 años que empezaba orgulloso sus aventuras con el alcohol. Se unieron los dos a nosotros. Nos fumamos unos porritos en las dunas, con la luna llena, y terminamos la fiesta en casa. Alexander, en todo su apogeo borracheril, comenzó un monólogo sin precedentes en el que se preguntaba dónde estaría su madre, que si era muy tarde y le reñiría, y demás historias. Nos contó la historia de su nombre y sus apellidos, de origen escocés, y todo lo aderezaba con la retransmisión del porcentaje que le quedaba por beber... 50%, 40%, 30%, y así sucesivamente. No parábamos de reirnos, y además parece ser que tuvo algún tipo de enajenación mental porque afirmaba que sería buena idea tirarse por el balcón mientras gritaba "¡Homicidio!". La noche se fue alargando y parecía que el porcentaje de bebida restante no terminaba nunca de llegar al 0%, con lo que nos empezamos a poner nerviosos. Más aún cuando Carlitos, que no conseguía sacarlo de casa, decidió irse solo y dejarnos allí con el regalito (que además no se acordaba donde vivía). Nos entró una risa entre nerviosa y descontrolada, invocamos a Flipi, el bichito que de vez en cuando veíamos por el cuarto de baño, para que remediara la solución, pero no fue posible; Alexander no se iba, estaba dispuesto a quedarse allí, con el 1% de su copa aún intacto. En un arrebato de autoridad, Curro decidió telefonear a Carlitos para que volviera a por Alexander y se lo llevara a su casa. Al rato apareció. Entre todos, y a base de empujones, conseguimos que saliera de casa. Una de las noches de me vida que más me he reído. ¡Es que las primeras borracheras son mú malas!
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