El Fantasma, aquel lugar que de repente aparece en la autopista de Cádiz. Como un bosque de altos, altísimos árboles, en mitad de la nada. El primer día que trabajé en Sanlúcar paré en la gasolinera que allí se encuentra a echar diesel a mi coche, y pensé que el nombre estaba más que justificado. A la estación de servicio se llegaba a través de unas cuestas rodeadas de cipreses y con escasa iluminación. Aún no había amanecido, y lo único que rompía el silencio era algún grillo que otro. No había un alma, y, para colmo, la estación era autoservicio. A mi sueño acumulado se unió en esos momentos una torpeza bastante acusada, al empezar a derramarse el combustible de la manguera. Aquel lugar tenía algo sobrenatural porque no me atreví a reclamar que había pagado 20 euros cuando lo que había repostado eran únicamente 17. Salí de aquel lugar en dirección a Cádiz pensando que lo único que faltaba era la aparición misteriosa del fantasma tras uno de aquellos cipreses. Y también salí pensando que la situación había sido extremadamente surrealista.
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