domingo, 19 de diciembre de 2010

El médico del cerumen


Hace tiempo tuve que ir al médico a que me sacaran un tapón de cera del oído que me impedía escuchar correctamente. Mi médico de cabecera siempre me ha caído bastante mal, es el típico gracioso que se puede poner a bromear de tu enfermedad pensando quizás que así pueda amortiguarse el dolor, cuando lo que provoca, al menos en mí, son expresiones de desprecio. Sea como fuere, el día que tuve que sacarme el cerumen, este estúpido doctor estaba de baja, y me atendió otro mucho más agradable. Agradable porque le quedaba impresionante la bata, porque sonreía, porque tenía unos ojos preciosos y porque era el típico médico de las películas y series sobre hospitales: Cuarentón atractivo, canoso, alto y de sonrisa irresistible. Me tumbó en una cama y empezó la tarea con una especie de jeringuilla para extraerme toda la suciedad del oído. "Es algo desagradable", me dijo. Pues qué quieres que te diga, yo ni me enteré. Es más, me resultó muy erótica la situación, sobre todo en el momento en que se derramaba el agua y se deslizaba por mi cuello mientras él me miraba. Desde luego, con médicos así, vale la pena ponerse enfermo.

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