Hoy mientras comía he visto en los informativos a los líderes políticos de Estados Unidos y Rusia, cuyos nombres, para el bien de todos, no citaré aquí. De Rusia me molan los paisajes, las iglesias ortodoxas, el vodka (ayer me tomé uno, qué de tiempo sin hacerlo), los carteles de época soviética, las TaTu y petardas similares y, por supuesto, las gimnastas que salen por la tele, cuyos cuerpos se tuercen y retuercen a la velocidad del rayo. Es el caso de esta gimnasta rusa algo alienígena de ojos inquietantes (porque a ver, ¿a quién no inquietaría una mirada como la de ella?). Me gusta verlas en anillas, barra, potro, suelo, dando volteretas en el aire cogiendo cintas, pelotas o varillas, y siempre con esos magníficos maillots brillantes y coloridos en dura competición por el premio al más horroroso, terrible y pesadillesco. Si a todo esto le sumamos la voz de la sarcástica comentarista de TVE, el espectáculo de una gimnasta rusa por televisión puede convertirse en algo prodigioso. Soy fans, así en plural, desde hace tiempo. Y por muchos años más.
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